
La sesión formativa impartida por la doctora en Antropología Andrea Ruiz Balzola sobre «Construcción social de las categorías: cultura y raza» ofreció una profunda revisión crítica de los discursos dominantes en torno a la identidad, la migración, y el racismo estructural. La charla abordó cómo, en contextos de crecientes tensiones antimigratorias, es necesario salir de los marcos tradicionales y proponer discursos alternativos que no solo respondan, sino que cuestionen de raíz los supuestos sobre los que se construyen estereotipos y prejuicios.
La formación comenzó abordando el discurso antimigratorio a través de una revisión de cifras y conceptos. Ruiz Balzola cuestionó el alcance de la percepción pública sobre el fenómeno migratorio, apoyándose en el libro Los mitos de la inmigración de Hein de Haas, que señala que solo un 3% de la población mundial vive fuera del país donde nació, y de este porcentaje, apenas el 0,3% corresponde a refugiados. La doctora enfatizó que la migración es un fenómeno limitado en número y que, sin embargo, ha sido hiper magnificado, distorsionando la percepción de la diversidad y del cambio social. Según Ruiz Balzola, reducir la
diversidad a un asunto migratorio es limitarla, ya que la humanidad ha sido diversa desde tiempos remotos.
También explicó que los estereotipos son una herramienta simplificadora que la mente utiliza para ordenar la realidad y reducir la complejidad. Sin embargo, advirtió que cuando estos estereotipos se cargan de emociones, se transforman en prejuicios, los cuales no son simplemente ideas preconcebidas, sino verdaderas “evaluaciones morales del otro”. En este proceso, el estereotipo pasa de ser una categorización neutral a un juicio emocional que valora negativamente a la persona o al grupo estigmatizado, y se convierte en una barrera profunda de percepción que lleva directamente a la discriminación.
Ruiz Balzola subrayó que los prejuicios no son individuales ni espontáneos, sino que son socializados, enseñados y reforzados a través de la cultura y la educación. Desde edades tempranas, las personas interiorizan estos juicios colectivos, lo que los hace increíblemente difíciles de erradicar. Estos prejuicios forman parte de un sistema social que facilita la discriminación, ya que convierten en moralmente “justificable” el trato desigual hacia ciertos grupos. La antropóloga enfatizó que desmontar estos prejuicios no solo requiere trabajo personal, sino también una revisión crítica de las narrativas sociales y culturales que los sostienen.
Inspirada por la escritora Chimamanda Adichie y su idea de que los estereotipos contienen medias verdades que hacen una sola historia, Ruiz Balzola explicó cómo los prejuicios permiten ver a los otros desde una única perspectiva, empobreciendo la visión de los pueblos y promoviendo procesos de deshumanización que, en sus palabras, permiten justificar la opresión y el abuso hacia «el otro» en distintas sociedades. Tal como se describe en Las mentiras que nos unen de Kwame Anthony Appiah, estas ideas unificadoras que esencializan grupos enteros –atribuyéndoles características inmutables o incluso biológicas– refuerzan prejuicios al presentar a los grupos como si «lo llevaran en la sangre».
Profundizando en las bases de esta categorización social, Andrea señaló cómo la identidad tiene dos caras: una que aglutina y otra que excluye. Los sistemas de identidad pueden ser colectivos, nacionales, culturales, y personales. La identidad, explicó, es un proceso en constante cambio, un «agente móvil» que nos permite identificarnos con elementos tan diversos y a veces contradictorios como nuestro lugar de nacimiento, nuestras convicciones y nuestros roles en la sociedad. Así, una persona puede identificarse como madre, profesional y cristiana feminista al mismo tiempo, mostrando que las identidades son tan complejas como maleables. Sin embargo, muchas veces la sociedad «fija» estas identidades desde afuera, especialmente a través del Estado, que se convierte en el mayor dispensador de identidades al catalogarnos por nacionalidad, sexo, edad o lugar de origen.
Andrea Ruiz Balzola planteó una visión dinámica de la identidad, explicando que las categorías que nos definen están en constante cambio, un proceso que va más allá de etiquetas estáticas. La identidad se construye y se mueve en función de las experiencias individuales y de la posición que cada persona ocupa en la estructura socioeconómica. De hecho, el peso y el sentido de la identidad se ven influenciados por el contexto en el que vive cada persona, y quienes pertenecen a sectores desfavorecidos suelen ser encasillados en categorías que limitan sus oportunidades.
Al hablar de la movilidad y los «múltiples caminos» que caracterizan la historia humana, Ruiz Balzola introdujo el concepto de «homo migrans». Recordó que la migración es una condición natural de la humanidad y que las rutas migratorias reflejan esta capacidad humana de desplazarse y mezclarse, adaptándose a nuevos entornos. Sin embargo, el racismo ha generado una construcción social llamada «raza» para justificar y mantener desigualdades. En esta lógica, «necesito que no sean iguales», señaló, porque, si justifico la inferioridad de ciertos grupos, puedo también legitimar su explotación. Esta premisa ha servido históricamente para la opresión de diversos grupos, como el de las mujeres, a quienes se les ha asignado inferioridad en términos biológicos para limitar sus roles.
Profundizando en el concepto de raza, la doctora explicó que esta idea no es biológica, sino una construcción moral y social que ha evolucionado con el tiempo. En su origen, el racismo se justificaba mediante una supuesta inferioridad genética de ciertos grupos; actualmente, sin embargo, se apoya en un «fundamentalismo cultural». Ahora, en lugar de la raza, se emplea la cultura para justificar la desigualdad: se categorizan grupos basándose en sus costumbres o creencias para etiquetarlos como incapaces o moralmente inferiores, lo cual sigue sirviendo para legitimar la discriminación. En la misma línea, la racialización es la pigmentación política de la piel, un proceso por el que ciertos grupos se catalogan y se estigmatizan visualmente. Esta ideología continúa siendo utilizada para justificar desigualdades, aprovechando las características visibles de ciertos colectivos para mantener estructuras de dominación.
Además, Ruiz Balzola señaló que las ideas sobre raza y cultura sirven como herramienta de segregación de la mano de obra. Al mantener esta distinción, es posible relegar a determinados grupos a trabajos específicos, menos valorados y peor remunerados, asegurando así una jerarquía laboral y social en la que unos se benefician del trabajo de otros.
El concepto de cultura también fue desglosado desde una perspectiva crítica. Ruiz Balzola rechazó la noción de culturas aisladas y puras que dialogan entre sí; en su lugar, propuso una visión de la cultura como un collage o una mezcla de retales compuesta por múltiples influencias históricas y contemporáneas. Según ella, el
mestizaje es la condición intrínseca de la humanidad, y esta mezcla es particularmente evidente en la península ibérica, que ha sido punto de encuentro de diversas civilizaciones a lo largo de los siglos. Sin embargo, la tendencia moderna a identificar las culturas como homogéneas y separadas alimenta una visión purista, que en realidad es ficticia. Así, Ruiz Balzola enfatizó que interactuamos como individuos, no como culturas.
De esta manera, Andrea planteó que el racismo es, en esencia, una manifestación de un sistema de desigualdad económico como el capitalismo, cuya lógica se basa en la expropiación y la dominación. Esta estructura de opresión económica requiere categorizar y subordinar a ciertos grupos para justificar la desigualdad. En palabras de la doctora, el racismo es una herramienta al servicio de este sistema de explotación.
La antropóloga también habló de cómo la ley de extranjería discrimina activamente entre otros deseables y otros indeseables en función de intereses políticos y económicos. Por ejemplo, la ley suele favorecer a ciertos países latinoamericanos por su afinidad geopolítica, mientras que el discurso nativista, que otorga mayores derechos a los nacidos aquí, fortalece la exclusión de aquellos considerados étnicos o ajenos. Esto refleja un proceso en el que la diferencia se construye, y el otro es siempre «el étnico», sin importar sus vínculos o contribuciones.
Ruiz Balzola cerró la sesión con una recomendación del libro Capitalismo caníbal de Nancy Fraser, un sistema que se alimenta de las desigualdades y las diferencias, que utiliza para justificar sus propias prácticas de dominación. Finalmente, invitó a los asistentes a dejar de utilizar la diferencia para justificar la desigualdad y propuso un cambio en la percepción de las identidades, recordando que nos tenemos que acercar y hablar para desmontar las barreras.